Crítica Sergio Rafael Figallo Calzadilla
La obra de Camilo Villanueva se sitúa en un territorio profundamente vinculado al pensamiento de C. G. Jung y su exploración del consciente, el inconsciente y ese estrato aún más profundo que denominó inconsciente colectivo. En sus piezas, los arquetipos se manifiestan con claridad, revelando imágenes que parecen provenir de una memoria simbólica compartida.
Si bien Jung aportó el concepto de inconsciente colectivo, es posible trazar un puente con las interpretaciones de Carlos Castaneda en sus diálogos con don Juan Matus y Genaro Flores, donde dicho plano interno se concibe como una realidad paralela o instalación foránea. Esta relación entre ambas perspectivas ha sido objeto de mis investigaciones recientes y encuentra un eco directo en el universo visual propuesto por Villanueva.
Sus trazos evocan especialmente los primeros libros de Castaneda —Las enseñanzas de Don Juan, Viaje a Ixtlán y El segundo anillo de poder—, donde lo real y lo simbólico se entrelazan para abrir acceso a una dimensión que no se halla fuera, sino dentro de nosotros, esperando ser transitada.

Figura 1
En la pieza anterior (Fig. 1) se percibe un reflejo superpuesto de las profundidades del inconsciente: un corazón que es rostro, niño y caminerías al mismo tiempo, suspendido en un espacio-tiempo que se repliega sobre sí mismo; una verdadera contención de contenciones. La imagen funciona como cuando abrimos múltiples ventanas en un ordenador y nos internamos, capa tras capa, en la información. Son estratos delicados que nos sostienen y nos habitan. Como en la pintura china o japonesa, la obra es aérea, sutil, un reflejo de su liviandad.

Figura 2
De un modo similar, la obra remite al manuscrito conocido como El Libro Rojo, concebido durante años por C. G. Jung en la Torre de Bollingen (Fig. 2): allí, el corazón se convierte en un símbolo que se abraza a sí mismo, se recoge y se separa para iniciar su proceso de individuación —o “mismación”, como Jung definió ese movimiento hacia la totalidad interna del ser.
En la pieza siguiente (Fig. 3), emerge la manzana suspendida del Árbol del Conocimiento bíblico, transformada ahora en corazón. La imagen es acuática, aludiendo al origen de la vida y a la noción de maternidad dentro de la psicología analítica (Marie-Louise von Franz). Al mismo tiempo, es también nocturna: evoca la Noche oscura del alma, según la poesía mística de San Juan de la Cruz.
En el artículo mencionado, de próxima publicación, propongo precisamente a este fruto como el primer arquetipo de la humanidad.

Figura 3
urge entonces una pregunta que atraviesa creencias, religiones, filosofías, misticismos y ciencias: una interrogación dirigida al corazón y a la resonancia del inconsciente colectivo.
¿Qué es Dios? —empleando ese nombre como síntesis de sus interpretaciones culturales.
La aproximación posible es que Dios es Espacio. Un espacio que, si tomamos como referencia la infinitud del universo, contiene todo; lo orgánico e inorgánico, lo visible y lo invisible. Habitamos, por así decirlo, el vientre de Dios.
Desde esta perspectiva, la obra de Camilo Villanueva revela la coexistencia de ambas dimensiones: aquello que se forma y lo que se disuelve, lo que nace y lo que retorna; imágenes que brotan del repositorio arquetípico que nos constituye.
Enhorabuena por estas creaciones plásticas. La experiencia estética que proponen es profunda, íntima y respetuosa de su propio misterio.
Nota: Las referencias a C. G. Jung o Carlos Castaneda aquí señaladas son únicamente puntos de orientación que permiten comprender ciertos puentes simbólicos. La obra de Villanueva se sostiene por sí misma, sin necesidad de anclarse en ellas. La observación parte —siguiendo la raíz griega de la epojé— de dejar que la obra se presente tal como aparece, sin prejuicio ni interferencia, y siempre desde el respeto por su intimidad.

